Te esperaba. Y no sabía. Ignoraba si esa mochila roja, y con el
tiempo verde, se asomaría como ventana a mi felicidad. Pero solo esperarte
era una manera de tenerte conmigo. De estar más cerca. De poder quebrar esa
maligna imposición que trataba de alejarte. La esperanza misma de verte,
escucharte, me recordaba las sensaciones de un viernes cualquiera
cuando, de alumno, vivía profundamente la libertad y la alegría del
fin de semana próximo. Pudo ser de mañana, para viajar juntos a esa
Universitaria Ciudad y, tal vez, comprarte alguna factura recién
horneada. De tarde, frente a tu casa, escondido tras el árbol o la columna
inquieta de un edificio. "Ahí vino el Loco”, llegue a escuchar del
encargado del lugar, comentando a un amigo mi presencia cotidiana y
enigmática. Tal vez de noche, oculto en sombras, para no
incomodarte frente a tus amigos a la salida de la escuela. Muchas veces, no
pocas, la espera fue frustrante. No apareciste ni vos, ni los colores de tu
equipaje. Pero no importaba. El momento igual llegaría. Y
podríamos (y pudimos) estar juntos como siempre. Como siempre, papá y
Nené.
sábado, 30 de marzo de 2019
Son cientos de sonidos de domingo que
nunca pude escuchar, pero que en el silencio de la noche, resuenan y se
intuyen. Tus veredas, pintadas en rojo y blanco, sintieron hace años los
primeros asombros del genio con la 10 que, con su mano izquierda, pudo
piratear al viejo Imperio. Tiempo después, fueron otros gritos de alegría,
otros pasos, los que deslumbraron mis tejidos más íntimos. Delgadas
patitas corriendo y saltando con la mochila al viento. Tratando de ganarle
la carrera a ese coche rojo y negro tal vez inalcanzable. El 1, el 0 o
el 9, se dibujan a lo lejos. Tu aguda visión, dulce e infantil, me alertan
y prendemos el turbo de nuestros pasos agigantados. Llegados a la parada,
muchas veces era ya tarde para ese viaje. En la oscuridad de una luz tenue, los
rostros de ídolos de otros tiempos nos observan desde las paredes del estadio.
Pero no ven toda la alegría y la belleza que yo puedo intuir y contemplar. Tú
dulzura, tus ojitos contentos y tu charla infantil y emocionada. Alguna cosa
sobre Laura, alguna travesura de Mandarina; tus deditos suaves que todavía
buscan mi mano ansiosa de padre. El momento tiene mucho de mágico.
Especialmente, cuando se acerca el frió invierno y oscurece más temprano. Como tantas
veces antes, ese club de la Paternal es el escenario de un espectáculo entre
sombras. Pero uno en donde el balón no rueda. Donde no son veintidós los
protagonistas. Uno donde estamos muy juntos y el alrededor parece dejar de
existir. Uno, donde nuestro juego es compartirnos y disfrutarnos.
domingo, 17 de marzo de 2019
La paz se adhiere a todos mis sentidos.
Penetrante y profunda paz de domingo. El ruido mínimo, reafirma el
silencio. El aire huele distinto. Despierta en mi mente sabores dulces y
olores detenidos. Me parece acariciar la pausa de la vida. La ausencia de
sonidos ocupa todo el espacio. Solo un ronco motor, de vez en cuando, me
recuerda que la ciudad está viva. Que mañana es lunes, que el ruido
encontrará aliados para su combate eterno con la paz. Mientras, hoy
disfruto.
domingo, 10 de marzo de 2019
Lunes de
papel en lo de García. Tus deditos, flacos y contentos, esperan
ansiosamente gritar el próximo gol. Tu mirada, tu risa y tu dulzura, se
concentran en mi falange con forma de arquero. Reconcentrado, preparas tu
disparo. Mientras, ajeno al tiro, te disfruto en cada segundo. Tu alegría me
contagia en ese pequeño rincón de Galicia. El grito de Gooool!!!! y, tanta
felicidad, desbordan la angustia acumulada por siete días. Otros envíos, mal
dirigidos, no logran acertar su destino. Veo
tu cuerpo agacharse entre sillas y mesas para encontrar la traviesa pelotita de
papel. Ninguno de tus movimientos me es ajeno. Cada uno, nutre de amor a
mis tejidos. Cada uno, es un mensaje de esperanza en esos lunes de
Paternal.
Por momentos, a nada, a poco,
le encuentro sentido. Sin embargo, lo más difícil de soportar es que el
sentido no me encuentra a mí. En muchas ocasiones somos verdaderos ajenos
perdidos en los
vericuetos de un laberinto sin luz, sin fin. Alguien entra e ilumina sus
caminos, y todo es más fácil y alegre. Pero son sólo oasis donde se
distrae la dura lucha de existir en un desierto árido y tórrido.
Que quema
y hace arder, a una existencia que no logra resolverse en sí
misma. O me invade y angustia al tratar de penetrarla y entenderla. O sólo
encuentra escapes promisorios, pero esquivos y transitorios. Tal vez ahí
este el secreto. Tal vez eso sea la existencia. E intentar
explicarla, sea sólo una trampa neurótica de
ansiedad e impotencia.
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El pulso de las calles esta señalado por la aceleración del tiempo y existencias que sólo sobreviven. La miseria camina y me rodea. Pasa delante mio, sigue de largo, pero queda. Y al quedar, duele, lástima. Los sentidos no logran ser impermeables a la miseria humana. No podrían serlo. Sólo el cinismo de la meritocracia, puede servir de paraguas protector ante tanta agua pútrida y estancada.
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