miércoles, 21 de junio de 2023

Quiero escribir. Jugar con el lenguaje. Anudar palabras. Entretejer imágenes visuales y afectivas desde las letras, los puntos, los silencios. Pero hoy, no tengo un tema-excusa para hacerlo. O, al menos, que no sea justamente ese deseo. 

Tal vez es solo la Casualidad. De hecho, ¿Qué otra cosa podría ser, sino? Recién, viendo televisión, con Claudia detuvimos la marcha frenética de nuestro control remoto        ( desconsolado frente a la nada misma que debe recorrer ). El motivo: una película Argentina donde aparecía una imagen muy familiar. Sí, justo esta misma noche de domingo previo, una calle y una esquina de Mar de Ajó se despidieron virtualmente de mí.

Se que para ustedes (con muy distintos grados, seguro) el lugar no implica recuerdos significativos. Para mí, en cambio, por lejos, muy lejos, ahí viví las que fueron las mejores vacaciones de mi vida. Además, era, para papi y mami, SU lugar. Un espacio de descanso y, nada menos, que un orgullo para dos hijos de inmigrantes que se criaron con muy poco. La realidad, es que en los últimos años, no pude ni tenía mucho sentido ir a esa Costa tan sentida. Qué se yo..., una etapa ya cerrada. Mañana, el portazo es definitivo. No duele, ni estoy demasiado triste. Pero, fue hermosa la despedida de la Casualidad. Y las teclas del control remoto, agradecidas por la pausa.

 Feminismos: la peligrosa tentación del sectarismo.


      Ocasionalmente escribo. Cómo no vivo de ello (por fortuna, pues moriría de

inanición dada mi limitada capacidad literaria y nulos contactos con los medios)

sólo me incita hacerlo cuando temas, situaciones, problemáticas, me visitan de

improviso desde la realidad cotidiana. Por esto,  nunca pensé que ese 

llanto continuo, doloroso y profundo, pudiera desencadenar en mí la necesidad

imperiosa de escribir, exteriorizar, debatir. Menos aún, cuando implicara el

riesgo de sostener ideas que pudieran ser interpretadas como “políticamente

incorrectas”.

      Todo comenzó un sábado bien temprano, en ayunas. Concurrí, como el

ciudadano burgués aplicado y responsable que soy, a realizarme los estudios

necesarios para chequear anualmente mi salud. Durante la espera, los gritos

dentro de la sala de extracción de sangre eran desaforados y permanentes. No

era tarea difícil imaginar la escena: la disputa entre una pobre niña y varias

enfermeras que, desconsoladas y utilizando cualquier estrategia distractora,

intentaban obtener una muestra sanguínea de la paciente. El llanto, lo juro,

dolía en lo más profundo. Las palabras y ruegos de su madre, tampoco surgían

ningún efecto. Por el contrario, el drama detrás de la puerta, se intuía cada vez

más terrible.

      Luego de más de cinco minutos interminables de “tortura”, la menor (de unos 8

o 9 años) y su madre salieron de la habitación y se sentaron muy cerca de mí.

La situación era una mezcla de ternura, angustia y frustración. No habían

podido extraerle sangre; la “víctima” todavía seguía llorando desconsolada y,

extrañamente, aducía muy fuertes dolores en sus pequeños pies. Con las

mejores intenciones, una de las empleadas del laboratorio se acercó con el

ánimo de consolarla y, desde la mayor dulzura que es posible en este mundo le

dijo: “no llores, ¿vos no sabes lo que dice Shakira de las mujeres…? Que

somos más fuertes que nadie. Las nenas no lloran, los que lloran son los

nenes…”. De pronto, recorrió mi mente el mandato machista imperante desde hace

siglos. En él nos criamos todas y todos. Por incontables luchas, está siendo

impugnado discursivamente en gran parte del planeta y, en muchas ocasiones,

hay transformaciones en ciertas realidades concretas. Pero, ¿a quién no le

resuenan, todavía, frases como: “las que lloran son las nenas y, si un hombre

llora, no es más que una mariquita…”?

        El intento de consuelo de la empleada fue dulce, partía desde la comprensión

y, fundamentalmente, intentaba lograr empatía con la niña para ayudarla a

calmar su sufrimiento. No obstante, no pude dejar de sentir una alarma

significativa al ver que el mensaje dominante del “macho fuerte” era suprimido

pero, solo para ser recreado en su cara inversa. En definitiva, mantenía su

esencia bajo una nueva máscara.

         Desde hace tiempo, algunas situaciones derivadas de las justas impugnaciones

feministas me inquietan y preocupan. Reconozco que, por momentos, me

pregunto cuánto de esa inquietud se relaciona con las concepciones con las

que nos hemos formado. No obstante, también creo que tendríamos que ser

ciegos y ciegas, para no ver las potenciales desviaciones que acompañan, en

ocasiones, a las legítimas demandas relacionadas con la igualdad de derechos

independientemente del género.

      Lo que más me inquietó de los conceptos vertidos por la laboratorista, fue el

contexto. Expresados con la única intención de calmar el dolor de una niña,

podría decirse que se enunciaron desde la espontaneidad del “sentido común”.

Es por ello que me parecen más significativos. Es lo que me llevó a intentar dar

marco a ideas que venía debatiendo interiormente hace tiempo. Esta empleada

no parecía pertenecer (tal vez, me equivoco) a las minoritarias “feministas

extremas” que han pintado por Plaza Congreso: “varón muerto, varón que no

viola”. Tampoco era alguna de las adolescentes entusiastas que, guiadas por

su ímpetu de lucha, le decía a uno de mis hijos y sus compañeros varones, que

no podían concurrir a las Marchas del 8 de marzo bajo las banderas del

Colegio Pellegrini dado que “todo varón, es un potencial violador”.

      Estos dos ejemplos (y, seguramente, podemos encontrar otros similares en

estos tiempos) son reacciones esperables dentro de la dinámica de las luchas

feministas. Más, si tenemos en cuenta, que éstas últimas son respuesta a

siglos de sometimiento sobre las mujeres. Verdad es que no son mayoritarios.

No obstante, en mi opinión, no por ello dejan de ser muy preocupantes.

Primero, porque alimentan el discurso machista retrógrado. Son miles los (e

incluso, las) que se aprovechan de estas posturas, las generalizan a todo el

Movimiento y, a partir de ellas, intentan deslegitimar y/o justificar su oposición a

la liberación de género. En segundo lugar, pueden llegar a dividir los conflictos

sociales estructurales, priorizando el género a la cuestión de clase. Un

excelente ejemplo de esto, es la difundida leyenda: “el futuro es feminista”.

Pregonada por personas que, muchas de ellas, no hace más de cinco/diez

años no dudaban en plantear que el futuro solo sería un “futuro” digno de ser

vivido si fuera “socialista” o “comunista”, nos plantea un peligroso camino. Sin

dudas, ambas cuestiones -género y clase- se entrecruzan. Pero, al menos para

mi manera de concebir la utopía de un mundo sin explotados/as y

explotadores, en el proceso de lucha por una verdadera liberación de toda la

especie humana, la última debe contener a la primera. Nunca al revés. Un

“sectarismo de género” no hace más que dividir y crear disputas secundarias

contraproducentes.

      Lo que pienso y siento es paradójico. En muchos lugares del mundo se avanza,

aun cuando de manera muy diferencial, en la declamación y realización de los

derechos de igualdad de las mujeres. Sin embargo, en varios aspectos las

estructuras machistas siguen vigentes y, entre otras terribles problemáticas, los

femicidios no decrecen. Paralelamente, existe una peligrosa tendencia

“supremacista” en algunos discursos y actitudes de ciertos sectores feministas.

Cuando esto sucede, el sectarismo de género termina siendo funcional a un

capitalismo que, en última instancia (como dijo el filósofo Z. Bauman) lo “único

que no está dispuesto a negociar es la plusvalía”.

        Ya que citamos, terminemos esta nota trayendo palabras de una antropóloga

feminista (Rita Segato) que, parafraseando el diálogo que mantuvo con un

policía de El Salvador, sentenció en un reportaje: “que la mujer del futuro, no

sea el hombre que estamos dejando atrás”. (1). O, como me animaría a

concluir, que el feminismo del futuro, no se transforme en el machismo de hoy.


(1). Reportaje publicado en El desconcierto.cl, bajo el título “El feminismo no

puede y no debe construir a los hombres como sus enemigos" (Diciembre 2017)


Texto Reverso de Hipócrates

https://agencia.unq.edu.ar/?p=10427 

Veo las ideas, quiero escribirlas. No se si tengo la magia suficiente para dibujarlas en su verdadero sentido.  La realidad suele abrumarme con sus estímulos permanentes. Pero, no siempre, encuentro las letras para representarlos.

Su finalidad es trasladarnos en el Espacio; no hay duda. Sin embargo, con solo ingresar en sus oscuros pero iluminados pasadizos, las antigu...