lunes, 29 de octubre de 2018


Choco-choco-la-la, tus manos sonríen con las mías. Choco-choco-te-te, esperanza de una semana sin fin que se consume en efímera hora y media de amor paterno, de amor de hijo.  Choco-la, intensa conexión con tu mirada, ojos café con leche que son suficientes para pausar y diluir, por un instante, la interminable angustia que me acosa en cada esquina. Choco-te, te veo, te siento y mis fibras se anudan,  entretejen un tejido de emoción manchado por un dolor que desconcierta.
Cho-co-la-te, termina el juego, tu sonrisa comienza a alejarse y el sentirme vivo viaja hacia una nada oscura que me invade,  que se prolonga en ese pasillo donde desapareces por siete días eternos e interminables.


jueves, 25 de octubre de 2018


En Plaza Almagro. Pensando en un día más silencioso, sin ritmo laboral y juntos.  Los fantasmas de la Feria nos recuerdan y me hacen llegar sus susurros. Nos extrañan en nuestros paseos y charlas. Yo también extraño.


Color naranja de lunes flotando en sus dos ejes. Impregnado por siempre del olor dulce de tu mirada. Nunca escapará de tu superficie la suavidad de esas manos que te soñaban cada tarde. Eras juego.  Eras el objeto de la risa infantil que sufría en el freno de cada rueda; en la esperanza del ansiado premio: un billete para la golosina, el buscado helado de gaseosa anaranjada o la crocante delicia salada. Como extraño verlo en tus manos y,  no solamente, sobre ese viejo televisor de todas las mañanas. Ver tus ojos sobre él. Cuando lo sentías y empujabas, sin que nunca lo supieras, yo viajaba con vos a todos los rincones del afecto posible. Jugabas, reías y jugabas. Y todo lo hacías conmigo, con papá que siempre te extraña.



jueves, 11 de octubre de 2018








Pequeña extensión de una ciudad grande y sofocante. Durante años, al atardecer, escapaba por tus veredas olvidadas y me invadía un suave respiro urbano. Al transitarte, se hacía más profundo el amor cálido y genuino de esa mano infantil que me tomaba en esos lunes de rutina y acera silenciosa. Doblar en tu esquina semejaba una pausa en el tiempo y el espacio. Pausa de sonidos,  interrumpida sólo por las sonrisas y la calidez de esos ojos verde-marrón que me miraban como puede hacerlo un hijo a su padre. Alegría que se esperaba durante siete días eternos y recompensa de angustia contenida hora tras hora. Pero el momento era muy breve, como vos, Dinamarca. Cortada porteña con nombre de país vikingo o normando. Hermosa vía por donde comienza a extinguirse Caballito. Imposible hubiera sido no quererte. Sin embargo, esos mágicos tres minutos que te caminábamos el segundo día de la semana, me enamoraron de cada una de tus baldosas, árboles y olores. Dejaste de ser sólo una calle. Poco a poco, resignificaste tu nombre; para mí, comenzaste a llamarte Thiago. Toda la dulzura y amor inimaginable en cada risa, cada juego contado con pasión y cada "está o no está " de ese perro blanco y negro que muchas veces, ladrando en mis sueños, me despertaba en la angustia de tu ausencia; ulcerante ausencia de hijo.  Tal vez, algún día, decida que mis restos en ceniza descansen en tu tierra amasada, Dinamarca.  Sin importar lo que suceda, nunca podré olvidar esa hora y media de padre que me permitía respirar en la oscuridad de ese tiempo de terror, depresión y ahogo casi permanente. Y vos, mucho más que una vía danesa, fuiste el principal escenario de esos sentimientos profundos que se desahogaban como podían, disfrutando a mi “cachorro”, mientras ya esperaban el próximo encuentro. Hasta nuevamente verte, mi Thiago.



Su finalidad es trasladarnos en el Espacio; no hay duda. Sin embargo, con solo ingresar en sus oscuros pero iluminados pasadizos, las antigu...