sábado, 9 de noviembre de 2019


Pienso la lluvia y me encuentro con tus misterios.




Atardece. Nuestros cuerpos se doblan, se funden en movimientos de ajedrez nunca aprendidos.  Las miradas, traviesas, se cruzan, se juntan, se desvían. Los labios, no pueden ni quieren ignorarse, se buscan.  El seductor juego del amor, permanece como hace siglos. En su infinita permanencia, le damos nuestra única forma.



Riego las plantas y preguntan por vos. Susurran y callan; indiferentes, reciben el agua como líquido ajeno. Solo esperan ansiosas, la fértil lluvia de tus manos.




Parado en la vereda, no puedo dejar de ver el audaz silencio de tantos rostros extraños que gritan sin palabras las frustraciones y alegrías de una vida que se les escapa sin avisar.


Jugando mi pincel a dibujar el paraíso, líneas suaves y misteriosas pintarían ese espacio atemporal donde tu cintura se roza con los pechos.




Entre las miserias cotidianas, un oleaje de alegría baña, furtivamente, las costas de nuestra vida. Por momentos, la marea se mantiene alta y el oasis de la felicidad simula una nueva fantasía. Sin embargo, las aguas bajan y muchas veces turbias. A diferencia del Nilo, no siempre queda el humus rico y fértil. En ocasiones, lo sucedáneo, es el pútrido olor nauseabundo de la lucha por sobrevivir.



Su finalidad es trasladarnos en el Espacio; no hay duda. Sin embargo, con solo ingresar en sus oscuros pero iluminados pasadizos, las antigu...