domingo, 16 de junio de 2019


Neblina de lunes muy temprano. Es el bostezo de la ciudad en su lucha por no amanecer definitivamente. Se confunden los grises con sutiles claroscuros. El paisaje, por momentos, se parece demasiado a tantos de nosotros.


Las hojas amarillas del otoño se entremezclan con el gris de la neblina. En el parque desierto, sólo se oye el sonido de un flujo de agua que intenta hacer olvidar el bullicio y los juegos del fin de semana. Mientras, un zorzal se baña en los charcos de nuestra Plaza Almagro.



Me conmovió verte tan sólo, frío y empapado. Sentí culpa por no saber cómo cuidarte. No podía ser de otra manera. Vos escondes algunos de mis sueños y deseos más profundos. Tal vez estas líneas sean, al menos, un homenaje a toda la dulzura y suavidad que ocultas tras un velo. Un tributo a ese fruto dulce y prohibido que proteges día a día. A esas sutiles curvas que me desbordan, aun con el más leve y sugestivo roce.


El tránsito fluye. Los cuerpos y los hierros forjados, transitan, corren y buscan destinos infinitos. Las luces rojas, verdes y amarillas ordenan el caos apenas disimulable. El sentido establecido, se sucede sin intervalos. Mientras tanto, los fantasmas del movimiento esperan ansiosos las sombras de las horas ausentes. Desnudos e invisibles, quieren salir a jugar entre los claroscuros de luces sin sentido. Entre señales cromáticas que semejan autómatas olvidados en un desierto donde ya nada hay para ordenar.


La radio, la televisión y el espacio cibernético plantean las más variadas hipótesis.
Atentados, fallas técnicas, impericia humana, etc…. Todas explicaciones plausibles para entender el corte de luz masivo y sorpresivo. Sin embargo, nadie pensó en una posible conspiración de ellos. De semáforos hartos ya de trabajar sin interrupciones, sin convenios colectivos que los amparen, sin derecho a huelga. Tal vez, hoy quisieron cerrar sus ojos siempre iluminados y dormir la siesta. Probablemente, sus párpados siempre tímidos y escondidos, pudieron ilusionarse por fin con existir. Aunque sea por un tiempo leve y mínimo, hoy es su día de paz. Parecen ciegos, pero en realidad hoy ven más que nunca.



La irrealidad me asaltó sin anunciarse. Su ataque fue tan profundo, tan virulento, que me dejó solo con ropa interior.  La mañana es gris y desapacible. La llovizna parece ser la única verdad en una ciudad de domingo que amanece sin luz. Apenas, dos o tres coches circulan por aceras mojadas y semáforos que no ven.  Del otro lado de la comunicación, mi padre –en su día, en el mío- sin embargo, ventila inseguridades irrebatibles. Anuncia el caos cuasi apocalíptico de conductores que están “todos locos” viajando a la velocidad de la luz y poniendo nuestras existencias humanas en peligro. Mientras, desde una hermosa vista panorámica, la Avenida Díaz Vélez continúa vacía.  Los semáforos duermen en su ceguera, pero –por lo menos el tránsito- está más tranquilo que nunca en esta Buenos Aires en penumbras.  


Su finalidad es trasladarnos en el Espacio; no hay duda. Sin embargo, con solo ingresar en sus oscuros pero iluminados pasadizos, las antigu...