domingo, 16 de junio de 2019


La irrealidad me asaltó sin anunciarse. Su ataque fue tan profundo, tan virulento, que me dejó solo con ropa interior.  La mañana es gris y desapacible. La llovizna parece ser la única verdad en una ciudad de domingo que amanece sin luz. Apenas, dos o tres coches circulan por aceras mojadas y semáforos que no ven.  Del otro lado de la comunicación, mi padre –en su día, en el mío- sin embargo, ventila inseguridades irrebatibles. Anuncia el caos cuasi apocalíptico de conductores que están “todos locos” viajando a la velocidad de la luz y poniendo nuestras existencias humanas en peligro. Mientras, desde una hermosa vista panorámica, la Avenida Díaz Vélez continúa vacía.  Los semáforos duermen en su ceguera, pero –por lo menos el tránsito- está más tranquilo que nunca en esta Buenos Aires en penumbras.  


No hay comentarios:

Publicar un comentario

Tu  maldad es inmanente. Por momento parece haber desaparecido.  Que engaño; engaña. Solo es una pausa enmascarada. Tu rabia aparece sin cau...