La irrealidad me asaltó sin anunciarse. Su ataque fue tan profundo, tan
virulento, que me dejó solo con ropa interior.
La mañana es gris y desapacible. La llovizna parece ser la única verdad
en una ciudad de domingo que amanece sin luz. Apenas, dos o tres coches
circulan por aceras mojadas y semáforos que no ven. Del otro lado de la comunicación, mi padre
–en su día, en el mío- sin embargo, ventila inseguridades irrebatibles. Anuncia
el caos cuasi apocalíptico de conductores que están “todos locos” viajando a la
velocidad de la luz y poniendo nuestras existencias humanas en peligro.
Mientras, desde una hermosa vista panorámica, la Avenida Díaz Vélez continúa
vacía. Los semáforos duermen en su
ceguera, pero –por lo menos el tránsito- está más tranquilo que nunca en esta
Buenos Aires en penumbras.
domingo, 16 de junio de 2019
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