sábado, 30 de marzo de 2019


Te esperaba. Y no sabía. Ignoraba si esa mochila roja, y con el tiempo verde, se asomaría como ventana a mi felicidad. Pero solo esperarte era una manera de tenerte conmigo. De estar más cerca. De poder quebrar esa maligna imposición que trataba de alejarte. La esperanza misma de verte, escucharte, me recordaba las sensaciones de un viernes cualquiera cuando, de alumno, vivía profundamente la libertad y la alegría del fin de semana próximo. Pudo ser de mañana, para viajar juntos a esa Universitaria Ciudad y, tal vez, comprarte alguna factura recién horneada. De tarde, frente a tu casa, escondido tras el árbol o la columna inquieta de un edificio. "Ahí vino el Loco”, llegue a escuchar del encargado del lugar, comentando a un amigo mi presencia cotidiana y enigmática. Tal vez de noche, oculto en sombras, para no incomodarte frente a tus amigos a la salida de la escuela. Muchas veces, no pocas, la espera fue frustrante. No apareciste ni vos, ni los colores de tu equipaje. Pero no importaba. El momento igual llegaría. Y podríamos  (y pudimos) estar juntos como siempre. Como siempre, papá y Nené.


No hay comentarios:

Publicar un comentario

Tu  maldad es inmanente. Por momento parece haber desaparecido.  Que engaño; engaña. Solo es una pausa enmascarada. Tu rabia aparece sin cau...