Es sólo una imagen que engaña, pero en mi inocencia le creo. Me permite verte caminando cuando recién empezabas a conocer que existías. Cuanta tranquilidad trasluce esa plaza. Sosiego y armonía de pueblo chico, vientos de olor a cal. De silencio, pero de cuentos insidiosos. ¿Estarán tus pasos marcados en el dibujo? Tal vez sí. Pero no los veo. Quiero imaginarlos, lo logro. Sin embargo, busco tu cara y parece esconderse entre diáfanos colores. Sólo veo imitaciones desiguales que transitan rutinarios caminos escolares. Te pienso en paseos, juegos y tristezas. Todo aquello que puede albergar esa manzana de árboles y asientos. Te observo de niña y adolescente. Mirando chicos, pájaros, o hacia la nada. Con expresiones inocentes, esperando un tiempo de todo, de sueños probables e imposibles. Tal vez sorprendida de ver jugando al verde y el amarillo en una alfombra de otoño. Como me gustaría cambiar la lámina por una foto donde fueras vos la del blanco y planchado delantal. Como me gustaría tomar una tijera, recortar tu silueta y abrazarte. O, mejor aún, trasladarme en un pase de magia a ese tiempo y espacio. Buscar una pluma certera que me dibuje a distancia y me incluya en tu dimensión. Y rogar que un viento fresco y travieso arremoline infinitas hojas para que no puedas verme. Y un día, muchos años después, hoy mismo quizá, contarte que te vi hace tanto que parece siempre.
(Para Claudia)