Me lo olvidé. Tal vez haya sido
una suerte. No lo sé. Hasta que no vea ese vidrio y su consabida rajadura, no
podré enterarme. Está pegado a mí. Útil y práctico se acomodó hace más de un
año ya. Su conveniencia logró vencer prejuicios, miedos y neurosis. Algunos, por
cierto, no tan errados. Pero está. Y cuando su sonido me anuncia tu contacto o
el del cachorro que todavía me recurre, todo se comprende. La duda desaparece,
parece sólo un cuento nunca contado, un ruido nunca emitido y un día todavía no
amanecido.
domingo, 24 de junio de 2018
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