El reverso
de Hipócrates
Fue al hospital pues no se sentía del todo bien. No parecía muy grave.
Pese a sus largos años de existencia, padecía un problema cíclico de desarrollo
que de tanto en tanto empeoraba y se expresaba en fuertes dolores.
Ese día la atendieron en la Guardia.
El joven galeno de acento andino se sorprendió que, siendo tan anciana,
padeciera un problema de ese tipo. Dudando de los diagnósticos previos que la
mujer le trasmitió, le era muy difícil proponer un tratamiento. Sin embargo
todos los estudios que escudriñaba coincidían. Era un problema crónico, pero no
de extrema gravedad. Tanto así, que pese a ello la paciente había tenido largos
períodos de esplendor. Por las dudas prefirió una interconsulta.
Al entrar al cuarto de su jefe se encontró con un sujeto desconocido.
Alto, rubio y con ojos de mar. Traje impecable, camisa celeste. Le sorprendió,
eso sí, que no tuviera corbata. Siendo la oficina de la autoridad médica del
piso, le extrañó que el visitante manejara la situación con una autoridad
patente tanto en el diálogo como en lo gestual. El ambiente permitía entrever
que era alguien muy importante.
Pidió permiso para interrumpir. Antes de que explicara su caso, el
superior le presentó al nuevo gerente general del nosocomio. El hospital había
sido comprado por una gran empresa multinacional en diciembre pasado. El desconocido se presentó de manera muy informal,
pidió que lo tuteara, lo llamara por su nombre y nunca por el apellido. Dijo ser médico cirujano recibido en Harvard y
que poco tiempo antes había regresado al país. Fue tan atento que, sin esperar
más, le preguntó en que podía ayudarlo.
El médico de guardia relató brevemente el caso de la anciana y sus
dolencias. El nuevo CEO se mostró muy
interesado. Al pasar mencionó que nunca había tratado una patología como esa en
los quince años que estuvo en el exterior. Que allí no se conocía. Decidió que él
y su equipo iban atender el caso.
Un cuarto de hora después de haber sido revisada por el residente de
guardia, la mujer recibió la visita del nuevo gerente médico y los otros
especialistas. La enviaron a realizarse de manera inmediata cientos de
estudios. Algunos, resultarían ser muy cruentos.
Dos horas y más de veinte exámenes pasaron. La internaron. Dijeron que
era grave, muy grave. Comenzaron las
transfusiones, las disecciones. Todo mientras la anciana se desangraba bajo la
supervisión de los especialistas. El día concluyó con la paciente a punto de
entrar en coma. Los médicos, un poco exhaustos luego de esa jornada intensa se
plantearon tomar unas vacaciones en el Caribe y retomar el caso en siete días.
Durante ese tiempo, el joven
galeno analizó minuciosamente los estudios.
Para el sexto día ya no lo asaltaba duda alguna: lo único que hubiera
necesitado la canosa señora para mejorar era un tratamiento basado en complejos
vitamínicos. Informó esto a su jefe inmediato. Éste le dijo que la paciente ya
no estaba bajo su jurisdicción. Más aún, le aclaró que no interfiriera de
ninguna manera.
Bronceados y con aire juvenil, los Especialistas regresaron de su
descanso. Trajeron con ellos un asesor médico internacional, instrumental de
última generación adquirido en el país del Norte y un equipo que permitiría
informatizar en todos los detalles el tratamiento a seguir con la mujer.
Entraron a la habitación. La
anciana estaba relativamente repuesta y su rara belleza intentaba expresarse
tímidamente. Esto preocupó mucho a los doctores. No podía aceptarse tal cuadro.
No se correspondía con el diagnóstico terminal al que ellos habían llegado con
anterioridad. La sedaron, la entubaron y prepararon todo para cirugía mayor. Decidieron
comunicar a su familia, la gravedad de la situación.
Horas más tarde una multitud se
agolpó bajo las ventanas del hospital. Preocupados
y en el mayor de los silencios esperaban el último parte médico. Un cielo
plomizo anunciaba una inminente tormenta. Un olor profundo a tierra mojada
confirmaba la presunción. Uno de tantos dijo, “por favor diosito mío, que esto
no sea un presagio de desgracia para nuestra Madre”. Casi todos coincidieron.
Solo un puñado de jóvenes desubicados, los contestatarios de siempre,
protestaban y levantaban carteles que el viento amenazaba con destrozar.
Asomado al exterior y mediante
parlantes, el Jefe del Equipo anunció
que la paciente estaba muy enferma. Sostuvo que tenía un cáncer terminal desde
hacía setenta años y nunca se lo habían podido extirpar. Los miedos de millones
de sus familiares y la oposición violenta de algunos confundidos lo habían impedido.
Pero esta vez se haría sí o sí. Se realizaría Cirugía Mayor o la muerte era
segura.
Para disipar los temores y
mejorar la onda, la Gerencia contrató una banda de música tropical y decoró el
nosocomio y sus alrededores con globos muy coloridos. Por suerte las nubes no
descargaron nunca su carga sobre la multitud ansiosa. Bellas chicas,
experimentadas en catering durante las
siempre relucientes jornadas de los Abiertos de Polo, repartían eximios canapés
y sushi recién preparado. Algunos tuvieron la suerte de recibir porciones de
salmón rosado y copas con exquisitos vinos cuyanos. Muchos sintieron un
optimismo contagioso. Se produjo una conexión particular entre muchos de ellos
y los organizadores del evento.
La operación duró unos pocos
años. El supuesto tumor resistía pese a la quimioterapia, los rayos y las
cirugías repetidas y sanguinarias. Mientras más duraba el tratamiento, peor
estaba la anciana. Mientras peor estaba,
más temían sus familiares por ella y por ellos mismos. Rogaban que se
hiciera cualquier cosa para salvarla. Aprovechando la situación, más radical
tenía que ser la cura, gustaban reiterar y justificar ante todos el Ceo y los
medios que seguían paso a paso el acontecimiento.
Un día la paciente despertó.
Parecía radiante y rejuvenecida. Más joven, bella y sofisticada.
Resplandeciente y acomodada a los estándares de moda. Casi todos festejaron.
Habían sufrido mucho todo este tiempo. Se habían sacrificado para evitar el mal
peor, la muerte de su progenitora y la posterior catástrofe nacional. Como era
una situación límite, muchos se resignaron a comer menos para que a ella no le
faltara nada. Hasta aceptaron que muchos niños dejaran el colegio y fueran a
trabajar para producir más y con ello sostener un tratamiento tan largo y costoso.
Ellos mismos se convencieron de cobrar menos salario por su trabajo. Todos, menos
los disconformes y subversivos de siempre. Aquellos que, según el equipo de
especialistas, con sus ideas demagógicas
y teorías extrañas habían contribuido a ocultar la gravedad de la enfermedad y
la necesidad de extirpar de raíz el mal.
El joven médico de la puna seguía
muy intrigado. Investigando en secreto encontró que no había cáncer alguno. Sin
embargo la anciana había sido vaciada por dentro, desangrada casi hasta morir. Los
informes confidenciales hablaban de transfusiones millonarias, trasplantes
masivos y cirugías estéticas realizadas por los mejores equipos de
especialistas locales e internacionales. Concluyó con facilidad que la aparente
mejoría y el rejuvenecer podían ser a la larga fatal para ella, y para todos.
Salió esa noche del hospital. Ya
habían pasado casi tres años de aquella ocasión en que atendió por vez primera
a la viejita en la Guardia. En ese encuentro la había visto dolorida, pero
orgullosa de sí. Trasmitía esa paz y sabiduría que sólo pueden trasmitir
aquellos que han logrado atravesar los más difíciles caminos resistiendo
ataques de todo tipo.
Al atravesar el portal la vio
por última vez. Alegre y jovial, era cortejada por cientos de personas. Todos
ellos de una informalidad fingida que ocultaba su verdadero rostro. Mientras,
otros muchos miraban la escena cada día más preocupados. No sabían muy bien qué
hacer ni como juntarse para recuperar a su verdadera Madre. Esta mujer
transformada, pese a vestirse de los mismos colores, ya no tenía nada de la
dignidad de aquella.
Lo pensó bien y decidió volver a
su pueblo. Allí lo necesitaban verdaderamente. Allí podría cumplir con aquel
juramento hipocrático que había pronunciado orgulloso y convencido el día de su
graduación. Para tomar esta difícil decisión se había producido un hecho clave
la jornada anterior. El anuncio que realizó por cadena nacional la Gerente de
Relaciones Públicas. Esa mujer voluminosa, con el pelo teñido de rubio,
soberbia y siempre acusadora, había dicho en relación a los resultados del
tratamiento: “Ahora sí que se ha salvado a la República”.
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