Maldad inherente que no deja de expresarse.
Perversión que envilece el aire más puro que se pueda respirar. Oscurece el
cielo más diáfano, desatando tormentas de dolor. Ponzoña que hiere y ataca sin
distinguir entre Dios, el Diablo o sus hijos. Su veneno fluye con pena y sin
gloria. Quema todo a su paso. Envenena hasta las entrañas más sucias de una
porqueriza abandonada.
miércoles, 29 de agosto de 2018
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