Feminismos: la peligrosa tentación del sectarismo.
Ocasionalmente escribo. Cómo no vivo de ello (por fortuna, pues moriría de
inanición dada mi limitada capacidad literaria y nulos contactos con los medios)
sólo me incita hacerlo cuando temas, situaciones, problemáticas, me visitan de
improviso desde la realidad cotidiana. Por esto, nunca pensé que ese
llanto continuo, doloroso y profundo, pudiera desencadenar en mí la necesidad
imperiosa de escribir, exteriorizar, debatir. Menos aún, cuando implicara el
riesgo de sostener ideas que pudieran ser interpretadas como “políticamente
incorrectas”.
Todo comenzó un sábado bien temprano, en ayunas. Concurrí, como el
ciudadano burgués aplicado y responsable que soy, a realizarme los estudios
necesarios para chequear anualmente mi salud. Durante la espera, los gritos
dentro de la sala de extracción de sangre eran desaforados y permanentes. No
era tarea difícil imaginar la escena: la disputa entre una pobre niña y varias
enfermeras que, desconsoladas y utilizando cualquier estrategia distractora,
intentaban obtener una muestra sanguínea de la paciente. El llanto, lo juro,
dolía en lo más profundo. Las palabras y ruegos de su madre, tampoco surgían
ningún efecto. Por el contrario, el drama detrás de la puerta, se intuía cada vez
más terrible.
Luego de más de cinco minutos interminables de “tortura”, la menor (de unos 8
o 9 años) y su madre salieron de la habitación y se sentaron muy cerca de mí.
La situación era una mezcla de ternura, angustia y frustración. No habían
podido extraerle sangre; la “víctima” todavía seguía llorando desconsolada y,
extrañamente, aducía muy fuertes dolores en sus pequeños pies. Con las
mejores intenciones, una de las empleadas del laboratorio se acercó con el
ánimo de consolarla y, desde la mayor dulzura que es posible en este mundo le
dijo: “no llores, ¿vos no sabes lo que dice Shakira de las mujeres…? Que
somos más fuertes que nadie. Las nenas no lloran, los que lloran son los
nenes…”. De pronto, recorrió mi mente el mandato machista imperante desde hace
siglos. En él nos criamos todas y todos. Por incontables luchas, está siendo
impugnado discursivamente en gran parte del planeta y, en muchas ocasiones,
hay transformaciones en ciertas realidades concretas. Pero, ¿a quién no le
resuenan, todavía, frases como: “las que lloran son las nenas y, si un hombre
llora, no es más que una mariquita…”?
El intento de consuelo de la empleada fue dulce, partía desde la comprensión
y, fundamentalmente, intentaba lograr empatía con la niña para ayudarla a
calmar su sufrimiento. No obstante, no pude dejar de sentir una alarma
significativa al ver que el mensaje dominante del “macho fuerte” era suprimido
pero, solo para ser recreado en su cara inversa. En definitiva, mantenía su
esencia bajo una nueva máscara.
Desde hace tiempo, algunas situaciones derivadas de las justas impugnaciones
feministas me inquietan y preocupan. Reconozco que, por momentos, me
pregunto cuánto de esa inquietud se relaciona con las concepciones con las
que nos hemos formado. No obstante, también creo que tendríamos que ser
ciegos y ciegas, para no ver las potenciales desviaciones que acompañan, en
ocasiones, a las legítimas demandas relacionadas con la igualdad de derechos
independientemente del género.
Lo que más me inquietó de los conceptos vertidos por la laboratorista, fue el
contexto. Expresados con la única intención de calmar el dolor de una niña,
podría decirse que se enunciaron desde la espontaneidad del “sentido común”.
Es por ello que me parecen más significativos. Es lo que me llevó a intentar dar
marco a ideas que venía debatiendo interiormente hace tiempo. Esta empleada
no parecía pertenecer (tal vez, me equivoco) a las minoritarias “feministas
extremas” que han pintado por Plaza Congreso: “varón muerto, varón que no
viola”. Tampoco era alguna de las adolescentes entusiastas que, guiadas por
su ímpetu de lucha, le decía a uno de mis hijos y sus compañeros varones, que
no podían concurrir a las Marchas del 8 de marzo bajo las banderas del
Colegio Pellegrini dado que “todo varón, es un potencial violador”.
Estos dos ejemplos (y, seguramente, podemos encontrar otros similares en
estos tiempos) son reacciones esperables dentro de la dinámica de las luchas
feministas. Más, si tenemos en cuenta, que éstas últimas son respuesta a
siglos de sometimiento sobre las mujeres. Verdad es que no son mayoritarios.
No obstante, en mi opinión, no por ello dejan de ser muy preocupantes.
Primero, porque alimentan el discurso machista retrógrado. Son miles los (e
incluso, las) que se aprovechan de estas posturas, las generalizan a todo el
Movimiento y, a partir de ellas, intentan deslegitimar y/o justificar su oposición a
la liberación de género. En segundo lugar, pueden llegar a dividir los conflictos
sociales estructurales, priorizando el género a la cuestión de clase. Un
excelente ejemplo de esto, es la difundida leyenda: “el futuro es feminista”.
Pregonada por personas que, muchas de ellas, no hace más de cinco/diez
años no dudaban en plantear que el futuro solo sería un “futuro” digno de ser
vivido si fuera “socialista” o “comunista”, nos plantea un peligroso camino. Sin
dudas, ambas cuestiones -género y clase- se entrecruzan. Pero, al menos para
mi manera de concebir la utopía de un mundo sin explotados/as y
explotadores, en el proceso de lucha por una verdadera liberación de toda la
especie humana, la última debe contener a la primera. Nunca al revés. Un
“sectarismo de género” no hace más que dividir y crear disputas secundarias
contraproducentes.
Lo que pienso y siento es paradójico. En muchos lugares del mundo se avanza,
aun cuando de manera muy diferencial, en la declamación y realización de los
derechos de igualdad de las mujeres. Sin embargo, en varios aspectos las
estructuras machistas siguen vigentes y, entre otras terribles problemáticas, los
femicidios no decrecen. Paralelamente, existe una peligrosa tendencia
“supremacista” en algunos discursos y actitudes de ciertos sectores feministas.
Cuando esto sucede, el sectarismo de género termina siendo funcional a un
capitalismo que, en última instancia (como dijo el filósofo Z. Bauman) lo “único
que no está dispuesto a negociar es la plusvalía”.
Ya que citamos, terminemos esta nota trayendo palabras de una antropóloga
feminista (Rita Segato) que, parafraseando el diálogo que mantuvo con un
policía de El Salvador, sentenció en un reportaje: “que la mujer del futuro, no
sea el hombre que estamos dejando atrás”. (1). O, como me animaría a
concluir, que el feminismo del futuro, no se transforme en el machismo de hoy.
(1). Reportaje publicado en El desconcierto.cl, bajo el título “El feminismo no
puede y no debe construir a los hombres como sus enemigos" (Diciembre 2017)