martes, 9 de agosto de 2022

 La paz del domingo transita por la calle Quito. Gris y lluviosa mañana de invierno, regresando del Parque. La absoluta libertad se adhiere al cuerpo.  Transitar esa vía desolada pisando las huellas de vehículos fantasmas, no es algo que sucede cotidianamente. Cuadras y cuadras, no hay nada ni nadie. El silencio es casi absoluto. De pronto, una visión parece distorsionar, aún más, el tiempo y el espacio. Ante mi asombro, la existencia descansa en un gris sillón para intentar contemplarse a si misma. El viejo mueble, mojado y en compañía de un gran tacho de desperdicios, parece querer contar miles de sueños antes de emprender su viaje hacia lugares y situaciones desconocidas. Intento varias lecturas de la imagen. Ninguna termina de convencerme. Comienzo a mojarme; debería continuar el camino,  no puedo. Como un imán, el sillón parece rogarme que lo aleje de su actual compañero de ruta. Intento explicarle que es imposible que lo tiren dentro del gran recipiente de desperdicios; que, seguramente, alguien lo llevará. Es en vano, no sé en que lenguaje comunicarme. La ropa mojada me recuerda que la poesía del momento, tal vez sea hermosa, pero la realidad de una potencial gripe es mucho más concreta, real y peligrosa. En medio del cielo plateado y el negro del pavimento, sigo mi destino dominguero sobre el asfalto de Quito. Vaya uno a saber, cuál será el de ese antiguo y gastado asiento abandonado. 

 

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