lunes, 22 de abril de 2019
Los blancos ladridos todavía resuenan en mis oídos, ya sordos de tu risa y en mis ojos, ya ciegos de tu mirada. Ese día, no sabías por donde correr. Llorabas y reías entre las palomas de Plaza Congreso. Tal vez, nietas o bisnietas de aquellas que yo alimentaba a tu edad. Nunca más, el destino me cruzó con esa nieve en forma de can. Cualquiera que se le parezca, me hace recordarte. Cómo te necesito… Seguro me necesitas; tal vez, sin saberlo. Porque, “pelito no come a Uli”, ni nunca lo comerá mientras papá este cerca. Cerca, aunque no me dejes estarlo. Cerca, porque siempre te pienso y la distancia es así un poco más leve. De alguna manera, estamos. Como en ese tiempo donde todo era compartir. Donde la altura de tu dulce y tierno cuerpo solo llegaba a mis rodillas. Juntos. Para cualquier cosa. Para reírnos, como cuando comiste esa medialuna sin permiso. O, caído en Parque Centenario, gritando y llorando: “tengo caca, tengo caca…..”. Por momentos quiero mimarte, hablarte. Pero son palabras que se ahorcan frente a tu ausencia. Te extraño mi Uli. Te extraño. Y mientras, existo.
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