Cuando el ómnibus tome esa leve curva y pase por esas vías desiertas buscando su ruta, veras un árbol muy especial. Ya lo conocés. No te asustes, si una de sus ramas pasa por la ventanilla y roza tu mejilla. Lo único que quiere, es llevarte unos besos que dejé guardados en sus hojas.
lunes, 22 de abril de 2019
De pronto me encontré en una marea desconocida. Parecía que la boca de salida del subte me había tragado y transportado a otra dimensión. Con mucho de conocido, pero totalmente distinta. Algo resultaba extraño, todo poco diáfano. Olores distintos, sensaciones nunca sospechadas. Pese al tacto imposible, sentí un rechazo dérmico instantáneo. ¿Dónde estaba? ¿Qué sentía de especial? Si esa era la misma gente que cruzo todos los días, aunque sus caras sean otras, ¿por qué mi extrañamiento? Tampoco era sorprendente caminar por el medio de una Callao sin tránsito. Muchas veces, cientos de manifestaciones me habían visto transitar esos mismos pasos. ¿Entonces? Parte de lo nuevo, era que no sabía. Desprevenido había incursionado en una marea humana que me era cotidiana y exótica a la vez Casi todo desentonaba con mis experiencias anteriores. La mayoría de las prendas que vestían, la enorme cantidad de personas adultas, la forma de caminar y moverse. Cada uno es su mundo individual. Era un conjunto de rasgos ordinarios, muchos de ellos presentes también en mi persona, pero, en ese momento, nuevos y transvertidos. De pronto recordé. Esa marea humana tenía un sentido, un lugar donde llegar y fluir una y otra vez. La Plaza de los Congresos los esperaba. No muchas veces la habían visitado comprometidos políticamente. Pero ese día estaban. ¿Cómo iban a faltar? Convocados por “nadie”, sin necesidad de ser transportados en micros ni contratados a cambio de un “chori”, se sentían actores y partes de un acto por la Justicia. Tal vez tuvieran algo de razón. ¿Con qué pruebas puedo desmentir totalmente aquello que piensan? Eso sí. Su claridad sólo tenía y cobraba un sentido. La denuncia mediática a comprobar. La de la morbosidad informativa del poder. No veían más allá de eso. Todo lo demás desaparecía, por acto de magia, en ese show de revancha, en la persecución orquestada y en un desfilar arbitrario cercano al grotesco De pronto, recapacité que mi rumbo era otro. Di vuelta y caminé en dirección contraria. Entré a ese colegio que me esperaba. Pude respirar mejor. Pero mañana, pasado, seguiré conviviendo con ellos. Tristemente somos nosotros.
Los blancos ladridos todavía resuenan en mis oídos, ya sordos de tu risa y en mis ojos, ya ciegos de tu mirada. Ese día, no sabías por donde correr. Llorabas y reías entre las palomas de Plaza Congreso. Tal vez, nietas o bisnietas de aquellas que yo alimentaba a tu edad. Nunca más, el destino me cruzó con esa nieve en forma de can. Cualquiera que se le parezca, me hace recordarte. Cómo te necesito… Seguro me necesitas; tal vez, sin saberlo. Porque, “pelito no come a Uli”, ni nunca lo comerá mientras papá este cerca. Cerca, aunque no me dejes estarlo. Cerca, porque siempre te pienso y la distancia es así un poco más leve. De alguna manera, estamos. Como en ese tiempo donde todo era compartir. Donde la altura de tu dulce y tierno cuerpo solo llegaba a mis rodillas. Juntos. Para cualquier cosa. Para reírnos, como cuando comiste esa medialuna sin permiso. O, caído en Parque Centenario, gritando y llorando: “tengo caca, tengo caca…..”. Por momentos quiero mimarte, hablarte. Pero son palabras que se ahorcan frente a tu ausencia. Te extraño mi Uli. Te extraño. Y mientras, existo.
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