domingo, 1 de julio de 2018


Que placer ver que las letras fluyen, pasean y se escapan en silencio de mis labios y se reproducen en la mente. Luego las veo plasmadas en las hojas aunque intenten esconderse por temor. Y no puedo terminar de entender. No comprendo como soy yo el que  puede enhebrar este tejido asombroso a mis ojos y placentero a mis oídos. Una crítica no muy severa destacaría innumerables errores, desviaciones y lugares comunes. Tal vez algún pasaje pueda ser observado con simpatía compasiva. Tal vez, alguna metáfora señalada por su gracia pese a la ausencia de virtudes literarias. No las tengo, y seguramente no las tendré. Pero eso mismo es lo que penetra mi interior y lo deleita. Lo que permite florecer la sorpresa que se entretiene jugando con lo inesperado. ¿Cómo explicar ser el demiurgo de párrafos antes siempre inexistentes y que cobran significado al ser entretejidos? Que ponen en letras y signos tantas sensaciones y pensamientos que fielmente me han acompañado durante años.  Por momentos, ocultos y tímidos, en otros fervientes y perturbadores. Me desconozco sin embargo al verlos escritos y en el suceder de sus mágicos y nuevos sentidos. Tan acostumbrado al ensayo de humanidades y ahora sintiendo el lúdico placer de la libertad. Nada mejor que no ser emboscado y  torturado por aquellas reglas consensuadas entre los que saben. El corsé a la expresión me ahogaría en un lamento continuo y mi contento se convertiría en una elegía permanente frente a faltas graves que no sabría corregir.






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